Los corredores de cañas han creado innumerables laberintos complicados de canales, estuarios y extensas mesetas de llanuras. El sol se elevó sobre la interminable cadena de aguas poco profundas, formando una meseta azul de ondulaciones acuáticas y el reflejo del cielo. A lo largo de la pared de cañas de hace un año, una pareja de cisnes canta suavemente. Parecía que nada podría perturbar la idílica serenidad del día caldeándose, si no fuera por la súbita llegada de un extraño. El cisne forastero, de manera arrogante, se lanzó sobre la zona acuática ya marcada y se dirige con claras intenciones hostiles hacia la pareja inmóvil. El dueño entiende que no hay tiempo para pensar y, sin perder un segundo, se apresura al encuentro del intruso, golpeando el agua con sus patas. Sin ninguna advertencia, hace un ataque brusco. Los golpes de sus poderosas alas levantan miles de pequeñas salpicaduras; los cuellos de los cisnes se entrelazan, los rivales se sumergen, un nuevo ataque – otro hundimiento, y en cuestión de segundos el enemigo ya intenta despegar, pero un ave tan pesada necesita espacio para ello – el dueño no deja que este atrevido lo logre y lo arrastra de nuevo bajo el agua. Finalmente, el invitado mencionado se libera y, con horror, aumentando bruscamente la velocidad, vuela tras la pared de cañas, aleteando ruidosamente con sus plumas desordenadas. El dueño, claramente bajo la influencia de la adrenalina, no abandona el lugar de la batalla y hace pequeños círculos, mientras su pareja, que había estado observando la batalla desde un lado, se acerca a su amado, lo calma, y ya en un minuto la pareja reanuda su tranquilo recorrido hacia los acogedores rayos bronceados de un día claro.